Cosecha del curso Cómo escribir para niños – III Parte
Les compartimos el Cuento No. 3
Una fiesta inesperada
Por Graciela Rozas
Benjamín pateó el piso con enojo. Lo que le acababa de decir su papá no le gustó para nada.
¡Él no quería pasar el fin de semana acampando y pescando junto al río! Tenía planeado jugar en red con sus amigos virtuales, ver televisión y cenar en McDonald´s. Pero papá había dicho:
—Hemos notado que estás pasando demasiadas horas frente a tu computadora. Vamos a pasar tiempo en familia y a divertirnos juntos.
¡Qué aburrido! Pegó un portazo y se echó en la cama con los ojos cerrados. Quería demostrar lo molesto que estaba. Al rato, sintió que lo sacudían mientras algo duro y áspero le raspaba la cara.
—¡Levántate, estás en el camino! —le gritaban—. ¡Ayuda a llevar las ramas, no seas holgazán!
Un griterío de niños alegres lo rodeó. Algunos se subían a los árboles, arrancaban frutas, y los arrojaban a las niñas, que las iban juntando en canastos. Otros cortaban ramas frondosas, y las llevaban arrastrando hacia el poblado. Vestían de una manera extraña, y parecía que no les dolía saltar descalzos sobre las piedras.
Confundido, Benja se puso en pie; pero en ese momento, el sonido potente de una trompeta lo asustó, y cayó sentado sobre un montón de hojas de palma. Los chicos estallaron en risas.
—¿Nunca escuchaste las trompetas de los sacerdotes?
—¡No es gracioso! —protestó Benja—. ¡Necesito que me digan dónde conseguir un teléfono para llamar a mis padres!
—¿Qué es eso? ¿Un animal, un carro, un instrumento musical? —le preguntaron los demás, desconcertados.
—Es un chiflado, déjenlo —dijo el más grandulón—. ¡Apuremos, que nos vamos a perder el desfile de los sacerdotes! —Y se fueron de prisa, sacudiendo las ramas mientras cantaban.
Benjamín quedó solo, sin saber adónde ir. Sentía un poco de temor y muchas ganas de llorar. En eso sintió una mano amistosa en el hombro, y un muchachito de su edad le preguntó, con una sonrisa cálida que lo hizo sentir mejor:
—No eres de por aquí, ¿no es cierto? Pero llegaste en buen momento, estamos comenzando la fiesta de las enramadas. Serás bienvenido en mi familia. Soy Simón… y me encantaría ser tu amigo.
Simón lo llevó hasta su casa, construida en piedra y blanqueada con cal. Por una escalera subieron al techo, donde ya habían amontonado muchas ramas y palmas.
—Me puedes ayudar a armar la enramada —lo invitó. Le enseñó cómo ir acomodándolas para hacer una especie de choza. Su mamá y sus hermanas iban subiendo mantas, y fuentes con panes, carnes, quesos, higos y uvas.
-¿Para qué suben todo esto al techo? —preguntó intrigado Benja.
-Viviremos aquí por una semana —le explicó Simón—. ¡Ya verás qué divertido es!
Al anochecer, las muchachas se vistieron con hermosas túnicas blancas y desfilaron por las callejuelas danzando, mientras toda la gente cantaba, acompañando con panderos y palmas. Tanta alegría contagió a Benjamín, que ya se había olvidado de la computadora, los videojuegos y la internet.
Cuando volvieron a la casa, sentados en el techo comieron los manjares preparados, que a Benja le parecieron más sabrosos que las mejores hamburguesas de McDonald´s. Entonces toda la familia de Simón entonó una hermosa melodía de agradecimiento a Jehová, por la cosecha que habían tenido, por las frutas y la miel, por la lluvia y el sol, por la salud y el cuidado de Dios… Benja se dio cuenta de que él nunca había pensado que esas cosas eran regalos del Señor.
Cuando ya sus ojos se cerraban del cansancio, los dos amigos se tendieron sobre una manta, bajo la enramada.
—¿Por qué hacen todo esto? —quiso saber Benja.
—Así recordamos que hace mucho tiempo, cuando escapamos de ser esclavos en Egipto, vivimos en carpas, en el desierto.
¡Ups, carpas! ¡Y yo que le dije a mi papá que sería horrible dormir allí!
—Ahora tenemos casas permanentes y muchas comodidades más, pero el Señor quiere que recordemos que eso no es lo más importante, que podemos ser muy felices con cosas sencillas, disfrutando de la familia y de los amigos —terminó de explicar Simón.
Las estrellas parecían chispitas entre las ramas que los cubrían. Benjamín cerró los ojos, y pensó que ése había sido el día más interesante y divertido de su vida.
Graciela Noemí Rozas, argentina y docente de profesión, ha trabajado en distintas entidades misioneras: en Operación Movilización como tripulante del barco Doulos; en el Centro Comunitario Rural Evangélico de Lago Aluminé, y en otras escuelas evangélicas. Actualmente, junto con su esposo Tommy, es misionera de LAPEN (Liga Argentina Pro Evangelización del Niño).
Ha participado en la Antología “El quinto”, como mención especial del Concurso Literario de la Biblioteca Popular de Paraná Edición 2014 y en la Antología “Mujeres llenas de dones” (M.Laffitte Ediciones, 2018). “Mujeres en el telar del tiempo” es su primer libro, disponible en Amazon (Kindle). Búscala en Facebook: Graciela Rozas
3 comentarios. Dejar nuevo
Muchas gracias, Graciela, por tu cuento que merece ser contado por muchos que somos padres creyentes. Lo voy a hacer llegar a varios padres de familia para bien de sus Benjamines y Benjaminas. Gracia y paz.
Gracias Manuel por su comentario.
Qué honor será para mí, si hay familias que disfrutan compartiendo esta historia que Dios puso en mi corazón. Gracias por su apreciación, Manuel