Cosecha del curso Cómo escribir para niños V parte
Cuento No. 5
100 Soldados, 100 Toneladas de Fe
Por Carmen Quero
—Uno, dos, tres,… cuarenta y cinco,… setenta y uno,… noventa y nueve…
El capitán pasa revista a su tropa y nota que le falta el… ¡artillero!
—¡El Artillero está presente!
—¿Entonces quién falta?
—¡El Marinero! —respondió el Artillero, que ese día no había visto a su compañero de la guardia naval, aunque casi seguro de que el batallón de cien soldados estaba completo.
En realidad, el que faltaba era el Cocinero, quien no era un soldado propiamente dicho, pero representaba para el Capitán la persona más valiosa del campamento. Era famoso en toda la zona por la exquisitez de sus platos elaborados con granos, frutos y vegetales de lo más nutritivos, de infinitos colores recién cosechados de su huerta, pescados carnosos y sabrosos, y ¡ah! ¡sus postres! cítricos, avainillados, cremosos o crujientes, pero siempre exóticos —primer premio a su mejor menú: mayonesa de aceitunas tostadas a las finas hierbas y mousse de dátiles en torre de hojaldre: ¡mmm! El Capitán lo apreciaba tanto, no solamente por su trabajo sino principalmente porque, con el tiempo, Capitán y Cocinero habían llegado a hacerse íntimos amigos, compartiendo horas de charlas, caminatas, y hasta partidos del deporte favorito de ambos: el lanzamiento de la jabalina.
—Lamento darle esta noticia, mi Capitán: Abdón, su Cocinero, está en cama sin poder levantarse— le anunció apenado uno de los oficiales, dudoso de darle más detalles sobre la gravedad del asunto. Finalmente, le reveló la mortalidad del virus que había atacado al noble sirviente y amigo del militar.
Derrumbado por la noticia, el Capitán comenzó a planificar con su precisión estratégica habitual los procedimientos a seguir en estos casos: dispondría el sector más confortable del hospital de campaña, haría venir aquel doctor tan prestigioso de Capernaúm, quien con su ciencia había conseguido aliviar a tantos —aunque algunos, aún después de sus atenciones, habían muerto…
La sola idea de ese fracaso lo hizo estremecer. No quería perderlo.
En medio de esas planificaciones caminaba por dentro de su casa, cuando unos amigos judíos vinieron a contarle que Jesús el galileo estaba de paso por la ciudad. Como buenos compatriotas del nazareno conocían de su gran poder y ternura hacia los enfermos, sin importar su condición.
El Capitán saltó de entusiasmo con la noticia, el color volvió a sus mejillas y una chispa destelló en su mirada:
—¡Es ÉL a quien necesitamos! ¡Vayan por favor! Ustedes podrán hablarle a mi favor, lo admiro grandemente, y en lo más hondo de mi corazón ¡SÉ que puede sanar a mi querido Abdón!
Al quedarse solo en el cuartel, comenzó a recordar cómo él veía a Jesús: rodeado de un aire especial, de majestuosa autoridad. Por otro lado, como si fuera la marea del mar de Galilea, que subía lenta durante las noches tranquilas, avanzaban en su memoria esas acciones que lo avergonzaban, esos sentimientos egoístas que nadie conocía, pero que él sí sabía muy bien… hábitos que, como una piedra en el camino, lo hacían tropezar. Pensó: «una sola palabra me describe: incorrecto»…
—¡Pronto! ¡Vayan a detenerlo! Si Jesús entra a mi casa —incluso sin entrar—, apenas me mire directo a los ojos lo sabrá todo. ¡La vergüenza será descomunal!
—¿Qué cosas dices? Eres el más respetable de los soldados en todo Capernaúm. Y él ya viene en camino, lo cual indica que te considera importante. ¡Eres el Gran Capitán de nuestro ejército!
Quedó pensativo: —Pero Él es Rey.
Y prosiguió:
—Es suficiente que allí, donde lo encuentren, le rueguen que envíe su palabra de salud para mi Abdón. Eso lo sanará. ¡Rápido! ¡Y no más charlas!
Jesús, al escuchar todo ese relato, quedó con la boca abierta:
—¡Qué hombre tan fenomenal! Cuánto me hubiera gustado estrechar su mano. Poquísimas personas he conocido en mi vida con una fe así de excelente. ¡Mis felicitaciones al Capitán!
Al momento que Jesús decía esas palabras, Abdón el Cocinero y el Capitán preparaban la mesa para cenar juntos esa noche.
Carmen Quero es argentina y vive en la Ciudad de Salta, en el noroeste del país, desde 1997. Es Traductora Pública de Inglés y Fonoaudióloga (terapeuta del habla y del lenguaje), egresada en ambas de la Universidad Nacional de Córdoba, en Argentina. Tiene un instituto de inglés en el cual he ejercido mi trabajo de profesora y directora por casi veinte años. Encuéntrala en Facebook e Instagram.
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